martes, mayo 19, 2009

Casa Cueva «Santiago Aranda», Gran Canaria



Municipio de Artenara:

Situado en el noroeste de la isla, el municipio de Artenara tiene una superficie de 67 km2 y una población en torno a los 1.500 habitantes. Artenara junto a Tejeda conforman los municipios más altos de la isla.

Siguiendo por el camino, llegamos al Lomito desde donde se contempla una panorámica general del barrio troglodita denominado Debajo del Risco y, al fondo, en las estribaciones del Roque Nublo, se divisa el pueblo de Tejeda, con sus casas blancas que salpican el paisaje.

A pocos metros nos encontramos con la casa cueva «Santiago Aranda», antigua vivienda, probable morada de la población prehispánica que habitó el lugar. La cueva fue adquirida en 1962 por Santiago Aranda quien la rehabilita manteniendo las características de la vivienda típica tradicional de este pueblo, Tras su adquisición, el Ayuntamiento la destina a museo de etnografía doméstica. Su interior está dotado de mobiliario de gran tipismo. En los aposentos se hallan camas de hierro, con cobertores de colchas y traperas de artesanía local, cajas de cedro y tea, sillas y taburetes de líneas austeras, así como otros detalles de carácter etnográfico propios de las viviendas rústicas del lugar.

Cavernícolas a treinta minutos de Madrid


Una decena de familias vive en cuevas en la madrileña localidad de Tielmes // Otras llegan para pasar los fines de semana y el verano

fuente: - GABRIEL HERNÁN
DANIEL AYLLÓN - Tielmes (Madrid) - 28/09/2007 20:30
Periódico Público


Al entrar en la cueva de Antonia, un golpe de frío pone el vello de punta. Ha vivido 40 años en este agujero horadado en la montaña con sus siete hermanos y sus padres. En apenas 50 metros cuadrados, hay espacio para una bodega, tres habitaciones y un almacén. Un metro de piedra maciza sirve de aislante del exterior y mantiene la temperatura a 20 grados menos. Antonia, de 65 años, se emociona cada vez que entra en la casa de muros enyesados que su familia excavó.

Su pueblo es Tielmes, una localidad de 2.488 habitantes escondida entre las montañas del sureste de la Comunidad de Madrid, a 42 kilómetros de la capital. Además del frío, las paredes de sus grutas guardan la historia de 247 familias que durante la posguerra tuvieron que arañar los montes para poder vivir bajo techo, al igual que ocurrió en los pueblos vecinos de Perales de Tajuña, Fuentidueña y Carabaña. Hoy, todavía quedan diez habitadas.

Medio siglo después, muchas cavernas están siendo rehabilitadas, tienen suministro de luz y agua, y empiezan a proliferar casos como el de Rosa, una enfermera ecuatoriana de 47 años, que después de vivir ocho en Madrid, ha hecho las maletas y ha comprado una caverna en Tielmes. Encontró el anuncio en el periódico y éste incluía, además, una caseta de dos pisos, una cueva-establo y un terreno. Todo por 90.000 euros. A mediados de agosto, varios vecinos la recibieron con dos conejos vivos como obsequio: “Bienvenida al pueblo. Has venido a un lugar tranquilo”.

El servicio, en la calle


Al entrar en el barrio de Cuevas Altas, donde vive Rosa, el coche se niega a subir las calles más empinadas. Toca echar pie a tierra y seguir a Gerardo, un hombre de 67 años que trepa con agilidad por caminos recién asfaltados hasta llegar a su cueva. “Hace 38 años, la abandonamos y construimos una casa delante”, explica. El agujero, como ha ocurrido en otros casos, está lleno de telas de araña y lagartijas, y sirve de trastero, despensa y almacén de muebles viejos.

A Uge, de 74 años, la conocen la mitad de los vecinos de Tielmes y aseguran que “tiene la cueva más bonita del pueblo”. Al preguntarle por los aseos de estas viviendas –a pesar de que algunas ya cuentan con ellos–, se ríe: “Antes, en las grutas no había baños, para eso teníamos las calles”.

En algunas de ellas, donde antes vivían las gallinas y los burros, se encuentran los cuartos de aseo de las nuevas casas, al fondo de la estancia, entre los salpicones de yeso de las paredes y donde la luz natural sigue teniendo que hacer serios esfuerzos para llegar. “En invierno, sólo había dos maneras de calentar el hogar: teniendo animales en la casa o encendiendo fuego, que la calentaba en muy poco tiempo”, explica un empleado del Ayuntamiento.

Un refugio frente al calor

El sol plomizo que invade el valle del Tajuña en las tardes de calor hace de las cavernas las estancias más deseadas para echar una cabezadita, tanto para los de siempre como para los visitantes ocasionales.

Los nuevos vecinos que las adquieren para pasar los fines de semana o como punto de veraneo llegan en su mayoría de Madrid, tras una corta travesía de media hora en coche, o de hora y media en autobús. La tranquilidad del pueblo, aseguran los urbanitas, “es un valor en alza”, aunque son muy pocos los que se deciden a cambiar su residencia fuera de la ciudad.

Pero las cavernas no siempre se han usado como hogar o retiro de fin de semana. Años atrás, durante la Guerra Civil, fueron muchos los que las tomaron como refugio y escondite de la pólvora. Décadas más tarde, durante su rehabilitación, “en algunas de ellas hemos encontrado huesos humanos entre los restos”, cuenta Antonia en voz baja para que no le oigan los vecinos.

Museo subterráneo


Hay cuevas en las que sus dueños están invirtiendo grandes cantidades de dinero para crear casas de diseño en su interior e, incluso, museos, como es el caso de la joya del municipio: el Museo de la Casa Cueva. Este antiguo hogar, ahora equipado con detectores de presencia que encienden las bombillas y donde cuesta encontrar motas de polvo, recibe al viajero en la entrada del pueblo y es uno de los más grandes –unos 120 m2– que albergan las montañas de Tielmes. La cueva se ha sometido a una rehabilitación, aunque “manteniendo fielmente las funciones que tenía cada dependencia dentro de la casa”, cuenta Agustín, un funcionario del Ayuntamiento.

De las paredes del museo, cuelgan útiles de barro, zurrones, hoces de cosecha y hasta un calendario de Lola Flores de 1962. Las nueve salas de la cueva están decoradas con donaciones o préstamos que han hecho los vecinos del pueblo y que permiten que su interior mantenga el ambiente “agrario y ganadero propio de esta zona del Tajuña”, dice Agustín.

En la vega del río, las viviendas originarias en el interior de las montañas son prehistóricas, pero los primeros datos registrados, del año 1752, cuentan 22 cavernas habitadas. Sin embargo, fue dos siglos más tarde cuando se construyó la mayoría, durante los años de posguerra, al tener que excavar los obreros y campesinos sus cuevas para poder dormir y comer bajo techo.

Auge de la natalidad


Mediada la tarde, en la plaza principal de Tielmes, decenas de críos y gatos corretean alrededor de los bancos de madera y los ancianos. “En este pueblo, se hacen muchos niños. No tenemos miedo a la despoblación”, ironiza la concejala de Cultura y Deportes, Rosa María Ferrera. Además del auge infantil, el crecimiento de la población se ha visto reforzado en los últimos cinco años con la llegada de cientos de inmigrantes, especialmente de los países del este y sudamericanos, que representan ya cerca del 20% del censo del Ayuntamiento.

A última hora de la mañana, el mercadillo de la plaza de la iglesia empieza a recoger los tomates, melones y demás productos de la huerta del Tajuña, mientras el repicar de las campanas de la torre marca la una. Es el momento de atacar las costillas asadas en la lumbre de la chimenea
y dormir una buena siesta en el rescor de la cueva.

HOCES DEL JUCAR. El blog de casas cueva Al-axara



foto bajada del mismo blog

Si deseas contactar con ellos, proponer ideas y colaborar con artículos relacionados de cualquier forma con las hoces del Júcar de la comarca manchuela:

hocesdeljucar@gmail.com

Apartamento rural "Cuevas de Valtierra", Navarra




fuente: Calle de los Palomares n/s Valtierra, Valtierra Navarra - ES
Telf.: 34948 84 32 25

Desde mucho antes de lo que la memoria y los textos pueden recordar, los habitantes de este puebo encontraron en el monte el lugar ideal para vivir.
Así, en los largos y fríos inviernos, cuando escaseaba el trabajo se dedicaban a picar la montaña.
Elegían un lugar (a veces la ladera de un barranco) y comenzaban a excavar.
Primero un largo túnel y, después, junto a la entrada, lo que serían las dos habitaciones principales: la cocina y la habitación matrimonial, una enfrente de la otra.





Luego, y con la llegada de los hijos, se irían añadiendo nuevos huecos.

martes, mayo 12, 2009

Baños árabes en medio del campo granadino




Autor: Andrea G. Parra - Fuente: ideal.es

En medio de la nada, en el singular terreno de la comarca de Guadix y el Marquesado, se dejan ver unas fachadas encaladas, unas cuantas chimeneas y una piscina que llama la atención. No hay vecinos en los alrededores. Sus inquilinos hace muchos años que se fueron, y ahora esperan con una cara totalmente nueva y lavada la visita de las decenas de viajeros que quieran descansar en unas cuevas particulares que han incluido baños árabes. El abuelo José -cuyo nombre llevan las cuevas- y padre de uno de los progenitores de Belén y José, se fue. Sus nietos han levantado un espectacular complejo en el que el caminante se olvidará del reloj y se dejará llevar por la idiosincrasia del turismo activo si es un poco aventurero.

El antiguo cortijo, corral para animales y pajar del abuelo, lo han trasformado los nietos en un alojamiento rural que ha abierto sus puertas hace escasos meses, con un llamativo baño árabe. Unos baños de contraste, en los que se ha cuidado mucho la decoración y los ambientes. Es la nota singular de este complejo. Son un gran alivio para relajarse y decir adiós al estrés. Para eso hay que sumergirse en una piscina de agua caliente y en otra fría, y después dejarse llevar por la música relajante y el sonido del agua y los masajes que se ofertan. Todo eso acompañado de un rico té. No falta detalle.

El ambiente nazarí de los baños se mezcla en este complejo con el rústico de las zonas de campo. En las casas cueva -en el complejo hay nueve- se han conservado una gran cantidad de elementos antiguos de las usanzas agrícolas y ganaderas, como candiles, arpilleras, cántaros, artesas y los antiguos suelos hidráulicos. Hay una gran cantidad de alacenas excavadas también en la arcilla. José y Belén han conservado algunos de los recuerdos que han heredado de su familia.

En el exterior de este complejo de la llamada hoya de Guadix, tan singular y particular, se respira tranquilidad y amplitud. Las Cuevas del Abuelo José están situadas entre cuatro poblaciones, Guadix, Benalúa, Purullena y El Bejarín, y a ninguna de ellas es necesario el desplazamiento en coche. Se puede llegar haciendo senderismo entre las alamedas y los melocotoneros de la zona. Guadix se encuentra a 2,5 kilómetros, Benalúa a 2 kilómetros, Purullena a 3 kilómetros y El Bejarín a tan sólo un kilómetro. Son unos paseos más que recomendables para poder disfrutar después de la riqueza histórica de la ciudad accitana o de la artesanía típica de Purullena.

Granada, en profundidad





Autor: Inés Gallastegui - Fuente: Ideal


La asociación cultural Pura Vida propone una ruta turística por los pasadizos, cuevas y catacumbas que recorren el subsuelo de la ciudad



Ya se sabe que el turismo moderno es por definición superficial: el viajero llega con poco tiempo, visita apresuradamente un par de monumentos, se hace unas fotos y se marcha. A por el siguiente destino. Sin embargo, también hay propuestas que invitan a conocer una ciudad más a fondo... y no sólo metafóricamente. La asociación cultural Pura Vida ofrece tres rutas para conocer la Granada subterránea: su objetivo son los túneles, pasadizos, galerías, cobertizos, aljibes y criptas que horadan el subsuelo de la ciudad. Una forma original de conocer esa Granada oscura y misteriosa que nos habla de sus secretos en susurros...

César Requeséns fuma como un carretero, pero en realidad es periodista y escritor. Resultado de su interés por los túneles fue su libro 'Granada secreta y subterránea' (Ed. Pura Vida). Un día se le ocurrió llevar a sus alumnos del Taller de Escritura de la Casa de Porras a un pasadizo. Y el entorno les inspiró tanto a todos que la asociación decidió crear una ruta turística estable.

Este fin de semana, el grupo que se apunta a este paseo bajo tierra está formado por tres familias procedentes de Fuenlabrada: Antonio, Julia y su chaval, Guillermo; Vicenta y sus hijos veinteañeros, Miguel y Beatriz; y Paco con la adolescente Silvia. Todos ellos, miembros de la Peña Naranjo del club de baloncesto de la localidad del sur de Madrid que ayer domingo se enfrentó al CB Granada y perdió. Pero eso ellos no lo sabían el sábado, así que mantuvieron el ánimo y el humor durante toda la ruta, que en vez de las dos horas previstas duró cuatro.

Colinas agujereadas

Tras recogerlos en su hotel, Requeséns, ayudado por dos compañeros de Pura Vida, Olaf y Marina, les reúne junto a la antigua prisión de Torres Bermejas para explicarles el contexto histórico y los posibles orígenes de las decenas de pasajes subterráneos que agujerean las colinas de Granada: la Sabika, el Albaicín y el Mauror, sobre la que se asienta el Carmen Rodríguez-Acosta.

Antes de entrar en materia, el guía sopesa la edad del más joven del grupo, Guillermo, y luego decide que «peor está la tele». Entonces explica el origen del nombre del callejón del Niño del Royo: las dos columnas que flanquean una puerta al comienzo de la calle eran las picotas donde se colgaban los pedazos de los ajusticiados por el método del descuartizamiento. Al parecer, desde lejos aquellos macabros restos asemejaban la figura de un niño.

El escritor asegura que, aún hoy, los historiadores no saben qué utilidad tenían muchos de esos huecos excavados en la época árabe. Se sabe que algunos eran utilizados como silos para guardar el grano con que alimentar a los pobladores de la fortaleza alhambreña. Otros -o los mismos, en otra época- encerraban a los cristianos cautivos. Y muchos túneles eran empleados para comunicar entre sí las residencias de los acaudalados.

Según la versión más escabrosa, los pasadizos que comienzan en el Carmen Blanco fueron escarbados por los propios presos en su intento de recuperar la libertad. Otros interpretan, sin embargo, que estos túneles pretendían garantizar la comunicación con la entonces fértil Vega granadina y, por tanto, el abastecimiento de víveres para la Alhambra en caso de asedio.

Y su magnífica conservación, recuerda Requeséns, se debe a la «sensibilidad» de José María Rodríguez-Acosta, que al construir su Carmen «en el mejor sitio de la ciudad» a comienzos del siglo XX los acondicionó para la visita. A él se debe el refuerzo de los muros mediante columnas y arcos, el repellado de los muros y la decoración interior con frisos, esculturas o jarrones.

En cualquier caso, los túneles son impresionantes: descienden hasta unos 15 metros de la superficie y la longitud total de los diferentes tramos alcanza el kilómetro. Al fondo, los visitantes no pueden evitar un escalofrío. El aire está enrarecido, el silencio es espeso, la luz de las bombillas apenas ilumina todos los agujeros. Algunos juegan a darse sustos, quizá para ahuyentar el miedo. La visita, seguro, no es apta para claustrofóbicos ni para aprensivos.

Santas cuevas

Ya atardece cuando el grupo asciende las siete cuestas del monte Valparaíso para alcanzar el segundo destino de su ruta. Las catacumbas de la Abadía del Sacromonte son menos espectaculares a la vista, pero más evocadoras a causa de su historia. Allí, los turistas oyen hablar, por primera vez, del hallazgo de las reliquias de Cecilio y otros santos y la fascinante trama de los libros plúmbeos. El desesperado intento de los últimos moriscos por permanecer en su tierra mediante la falsificación de una supuesta síntesis entre la Biblia y el Corán finalizó en 1682 cuando el Vaticano condenó los libros y santificó los huesecillos.

Tras una breve visita al Museo de la Abadía, el grupo se encamina al Centro de Interpretación de las Cuevas del Sacromonte, donde conocen la forma de vida troglodita que eligieron los almohades, primero, los gitanos, más tarde, y los hippies y 'pies negros', en la actualidad. El museo presenta una preciosa reconstrucción de los diferentes tipos de casa-cueva. Y cuenta leyendas como la que dio a esta zona el nombre de Barranco de los Negros: muchos esclavos africanos liberados tras la expulsión de los moriscos se dedicaron a excavar el monte en busca de los supuestos tesoros enterrados allí por las familias ricas. Mientras cavaban, acabaron instalándose allí.

«Esto tenemos que volver con más tiempo para verlo», asegura Paco, encantado con la idea de conocer Granada más a fondo.

igallastegui@ideal.es