martes, junio 10, 2008

Juslibol, Zaragoza

fuente: http://www.turismodezaragoza.es/provincia/pueblos.php?item=911



La localidad de Juslibol pertenece a la Comarca de Zaragoza y está situada a Km. de Zaragoza y metros de altitud.
Su término tiene una superficie de kilómetros cuadrados y cuenta con una población aproximada de habitantes, a los que se conoce con el gentilicio de .


Juslibol se encuentra asentado sobre las laderas del escarpe de yesos que delimitan la zona norte de huertas del Ebro, lo que impide su desarrollo urbanístico ya que la zona de huertas es una zona inundarle. Posee una espléndida huerta, que a pesar de la cercanía del Ebro se riegan con aguas del Gállego.

En su término municipal se encuentra el campo de maniobras de San Gregorio, el campo de maniobras más grande de Europa.

Algunos de sus habitantes viven en casas cuevas totalmente reformadas para las comodidades de hoy en día.
En la parte superior del casco urbano es localizan las antenas de Juslibol, uno de los principales repetidores que presentan servicio a la ciudad de Zaragoza y entre dichas antenas y el casco urbano una enorme cantera que principalmente extrae gravas para la construcción.
De la edad media encontramos los restos del castillo de Miranda.
El espacio natural del Galacho de Juslibol es un meandro abandonado del Ebro que posee una gran diversidad de fauna y flora.

Meseta de Loes en China









La gran muralla verde de China








Rafael Poch de FeliuLa Insignia*.

Publicado originalmente en el diario La Vanguardia, de España.

Es como un inmenso zigurat, aquellos templos-observatorio mesopotámicos que inspiraron el mito bíblico de la torre de Babel. O como una pirámide maya. Pero es una montaña. Aunque también es monumento; al trabajo, continuado y desesperado, de centenares de generaciones de campesinos chinos. En la meseta de loess del curso medio del Río Amarillo (Huanghe), apenas hay lugares que no hayan sido trabajados. Hasta donde alcanza la vista, terrazas y campos divididos por muros de tierra apisonada.












La gente trabaja las laderas y los barrancos más inverosímiles y hasta vive en ellos: para unos cuarenta millones de habitantes de esta meseta, los "Yaodong", unas casas-cueva excavadas en los barrancos, son morada.




La región es algo mayor que España y comprende trozos de las provincias de Shanxi, Gansu, Shaanxi y la región autónoma de Ningxia. Durante siglos, los campesinos abonaron con sus huesos este paisaje inmenso y anciano, una de las zonas agrícolas más antiguas del planeta y matriz de la civilización china. Su secreto es el loess, una arcilla muy fina formada por polvo de roca que, transportada por los vientos se fue asentando aquí durante milenios.







Del loess resulta una tierra fértil, pero frágil. Siglos de deforestación, excesiva población y pastoreo, resultaron en un ecosistema desertificado. Cualquier lluvia fuerte hace que la tierra sea violentamente arrastrada por los torrentes de esta región, que, vista desde el avión, es como un millón de pequeños cañones del Colorado. El agua fluye por sus ramblas, cruelmente secas la mayor parte del año, hasta alcanzar el gran río o sus tributarios. Hace 1500 años que el Huanghe ya se llamaba "Amarillo", como el Mar en el que desemboca, y no por capricho.



Si los grandes ríos europeos llevan una media de 50 gramos de tierra por medio metro cúbico de agua, el Amarillo puede llegar a transportar hasta 300 kilos. Es un río de fango amarillo cuyas avenidas costaron la vida a millones de campesinos y hacían variar hasta mil kilómetros, el lugar de su desembocadura, bien cerca de Pekín, bien cerca de Shanghai. "Es como si el Rhin desembocara ahora en Hamburgo, y ahora en Cádiz", explica la profesora Dolors Folch en su libro, La construcción de China.


El agua es oro aquí. Las peleas sangrientas entre comunidades por el agua, a veces con aspecto de pequeñas guerras civiles locales, eran endémicas, como la miseria. En zonas de Shanxi, el saludo habitual campesino en el norte de China -que no es "¿qué tal?", sino un "¿has comido?"- se transformaba en un "¿has bebido?", pues la dieta básica solía ser una sopa de gachas de maíz, que aun hoy es el alimento básico invernal del campesino norcoreano. Y esa comida, más que comer, se bebe. Hasta el punto de que un comentario elogioso sobre alguien, se refiere a que se alimenta de algo más que gachas en remojo y puede sonar así de rústico; "es un buen tipo, come alimento seco y caga sólido".








La tierra de loess es dura como el cemento. Los primeros emperadores chinos construyeron con ella el sector de la gran muralla que transcurre por el norte de esta región, marcando la frontera histórica entre tierra cultivable (China) y la gran pradera de los pueblos de la estepa de tradición nómada pastoril. Pero esa tierra dura se convierte en liviana cuando por ella ha pasado el arado del campesino en primavera. Es entonces cuando los vientos de la estación se encargan de levantarla en nubes amarillas y llevársela hasta Pekín, Corea o Japón en forma de devastadoras tormentas de arena.



La aridez de la meseta es extrema. Ni un solo árbol. Pero no siempre fue así. El eminente geógrafo e historiador chino Shi Nianhai, ya fallecido, demostró que esta región, hoy rugosa y accidentada, era llana hace dos mil años y que sus gargantas y barrancos fueron resultado de la acción del hombre, especialmente después de la introducción de cultivos del nuevo mundo que incrementaron la erosión. Las crónicas antiguas apoyan esa hipótesis al explicar que el primer emperador chino, Shihuangdi, hizo construir una amplia carretera de 600 kilómetros de longitud y cien metros de ancho, a través de esta meseta, una labor que habría sido imposible con la técnica de entonces y el actual relieve.


Para que la meseta amarilla se convierta en verde no hay más que dejar de cultivarla, explican en Yulin, centro comarcal del norte de Shaanxi, los profesores Yoko Fukao y Ayumi Yasutomi, de la Universidad de Tokio. La pluviometría del lugar, unos 400mm anuales (Barcelona, entre 500 y 600mm) permite sostener una recuperación natural y espontánea de la capa vegetal. Los dos profesores animan aquí un proyecto muy particular contra la desertificación. Cuando el pasado octubre lo expusieron en un congreso realizado en la Universidad de Hong Kong, Yasutomi rompió más de un esquema. Dijo, por ejemplo, que China es un país mucho mas libre que Japón, su país, que el anarquismo y la indisciplina de los chinos tiene un gran potencial frente a la rigidez social japonesa, y que uno de los problemas del presidente Mao fue que "quiso convertir en japoneses a los chinos", lo que provocó un estallido de carcajadas.



Fukao creó en Yulin el "Centro para la recuperación de la ecología y la cultura en la meseta de loes" (CREC), una iniciativa con ciertos momentos mágicos. El primero fue cómo se consiguieron los fondos, de la empresa de automóviles "Toyota"; "no hubo que escribir nada, el ejecutivo responsable lo decidió todo en una entrevista personal, casi mirándome a los ojos", explica Yasutomi. El segundo fue descubrir, en Yulin, al Señor Zhu Xubi, un carismático septuagenario ex funcionario del departamento de forestación, pobre y que apenas sabe hablar el dialecto de Pekín, la lengua china estándar. El "viejo Zhu", como le llama la gente respetuosamente, ha dedicado su vida a plantar árboles. Sus bolsillos siempre están vacíos, porque en cuanto tiene unos yuanes, se los gasta en semillas, pero es un millonario si uno cuenta el capital de afecto y respeto que le rodea. Tras haber vivido de todo, incluido las talas de árboles del Gran Salto Adelante y los desórdenes de la revolución cultural, Zhu hizo un descubrimiento mayor: que las creencias populares en dioses y espíritus son en esta región la mejor base para la reforestación.
Zhu, que se declara completamente ateo, observó que los campesinos, que lo arrasaban todo, no cortaban los árboles en determinados lugares, por ejemplo junto a las tumbas y en las zonas de templos, para no ofender a los espíritus.


En esta región de la meseta del Río Amarillo cada pueblo tiene por lo menos unos o dos templos ("Miao hui"), sostenidos por la comunidad. Como suele ocurrir en China, los templos campesinos son una mezcla de budismo, taoísmo confucionismo y creencias locales. La gente acude a pedir favores a una amplia panoplia de dioses y espíritus protectores. En el de Huashiyan, cerca de Yulin, se rinde culto a Guanyu, un personaje de la saga de los "Tres reinos" (San guo, del Siglo III), junto a estatuas de Buda.
En otros, hasta el presidente Mao y Zhu Enlai, tienen sus propios altares… Fue así como, montado en la tradición, Zhu organizó una red de reforestación, autónoma y civil, basada en su propio prestigio y relaciones personales ("guanxi"), y mucho más dinámica y eficaz que la política oficial de reforestación, que los campesinos observan muchas veces por meras razones económicas y sin entender muy bien lo que está en juego.







La red del viejo Zhu implica a unos 200 voluntarios y sesenta templos. En Huashiyan se han plantado 120 hectáreas en siete años. En el de Heilongtan, no muy lejos del anterior, otras 80 hectáreas. Algunos pueblos de la región han entrado en la red. Uno de ellos es Gaoxigou, una aldea de 522 habitantes muy forestada y cuidada. Su jefe, Gao Jinren, afirma con orgullo que, "cuando cae un chaparrón, el agua de nuestras rieras no baja turbia y marrón, sino clara", porque la vegetación mantiene el suelo y evita la erosión. Gao, que me canta el himno del pueblo, en el que se habla de "construir un nuevo mundo siguiendo al Partido", está orgulloso del sistema de su comunidad. Los campos de cultivo son responsabilidad familiar, es decir semiprivados, pero los bosques reforestados, por los que se recibe una subvención, son comunales ("comunistas"), igual que el cuidado de carreteras, la administración del agua y el seguro médico, basado en una cotización de diez yuanes al año que cubre la mitad de los costes. En 2001, el pueblo estableció que cada hogar debe plantar anualmente entre 300 y 500 árboles al año y si no lo cumple tiene que pagar una multa de dos a cinco yuan por árbol. El ganado cabrío y ovino se mantiene estabulado para preservar la capa vegetal. A mi comentario de que el pueblo ha hecho una síntesis entre Mao y Deng Xiaoping, Gao niega rotundamente; "yo sigo a Mao", dice.

"Sólo la prosperidad general de todos los vecinos, es verdadera", afirma enérgicamente cuando se le sondea sobre la desigualdad y las ventajas de las formulas cooperativistas.


Gaoxigou es un pueblo bonito y cuidado, que incluso atrae a gente de la ciudad para descansar, algo muy excepcional en un país en el que el paisaje rural pintoresco es casi una rareza. Pregunto al viejo Zhu cual es el principal orgullo de sus cincuenta años de labor reforestadora: "trabajar para el pueblo", responde. En este rincón de la meseta, restablecer el entorno, convertir el amarillo en verde, también es una cuestión de valores. Pero la situación está bien lejos de ser un cuento de hadas.


Cada año por estas fechas, centenares de miles, mejor dicho, millones, de chinos, plantan árboles. Ocurre desde hace 26 años, desde que una resolución de la Asamblea Nacional estableciera, en 1981, que, "todos los chinos de mas de 11 años, excepto los ancianos y enfermos, los débiles e inválidos, deben plantar voluntariamente de tres a cinco árboles, o realizar un trabajo de cuidado de árboles y planteles equivalente". Se trata de un proyecto de 70 años que debe extenderse hasta el 2050: crear un "muro de contención" verde a lo largo de 4480 kilómetros alrededor del desierto de Gobi en el noroeste de China; la "Gran Muralla Verde de China". Alrededor del 27% del territorio de China es desierto, más de 2,6 millones de kilómetros cuadrados. Al avance de la desertificación se le opone la mayor campaña de reforestación de la historia.


Oficialmente los "bosques" cubren el 18% de la superficie del país, casi dos puntos más que hace dos años, y el objetivo para el 2010 es alcanzar el 20%. Según cifras que se encuentran en la red, anualmente se dedican a ésta labor en el conjunto del país 540 millones de personas, el 46% de la población china útil, y se plantan 2200 millones de árboles. Si esas cifras fueran correctas- algo bastante discutible- se habrían plantado ya 55.700 millones de árboles desde 1981 en una superficie similar a la mitad de España. No hay duda de que el esfuerzo y la voluntad aplicada son meritorios, pero, ¿cuál es la realidad?. Como tantas veces ocurre en China, los resultados están lejos de ser satisfactorios.
Sujichaga es un pueblo mongol del sur de la provincia de Mongolia Interior. Su nombre significa "agua buena", explica la señora Narenhua, jefa local del partido, porque en algún tiempo aquí hubo fuentes. Es un nombre bonito para un lugar tan seco y desangelado donde caen 200 milímetros de lluvia al año, una cantidad similar a la de ciertas zonas del Bajo Aragón. A solo unos 300 kilómetros al norte de la Meseta del Rió Amarillo, el paisaje es aquí bien distinto: una gran llanura desértica. Hoy, el proceso de desertificación que se vive aquí, ocasionado por el consumo de hierba del ganado, el retroceso de la pradera a costa de la agricultura y la deforestación, proporciona un segundo punto de origen a las tempestades de arena, que se suma al de la meseta del río Amarillo, y al tercero, exterior a China: las estepas del Kazajstán.


Hasta los años cincuenta y sesenta, la población local era nómada y se desplazaba en busca de pastos y agua, lo que permitía que la pradera se recuperase. El "progreso" de la política china forzó al mongol a descender del caballo y asentarse. Centenares de miles de emigrantes chinos de otras provincias pobres acudieron al lugar. La población se incrementó. Donde antes había uno o dos habitantes por kilómetro cuadrado, una densidad soportable para la pradera, se instalaron diez, y además sedentarios que practicaban tanto la ganadería como la agricultura, lo que aumentó la presión sobre el entorno y rompió un equilibrio tradicional. Como todos los habitantes del pueblo, la señora Narenhua pertenece a la primera generación de mongoles sedentarios y hoy participa en los intentos oficiales de arreglar el desaguisado.


La jefa me lleva en el todo terreno de la policía local, que conduce su hijo, a una plantación de árboles que forma parte de la "Gran Muralla Verde", una lastimosa hilera de chopos escuálidos, de débil y frágil aspecto, que echan sus raíces en la arena y es descrita como "bosque" por la estadística oficial. Es un ejemplo claro de lo que los chinos describen como "árboles pequeños y ancianos" (Xiao Laoren Shu), muy vulnerables a las plagas. En Ningxia, una provincia colindante, al sur de esta región, varios miles de millones de estos chopos han sido destruidos por una plaga de escarabajos. La señora Narenhua explica que "como máximo" los árboles duran unos veinte años. La inutilidad de la empresa parece manifiesta. La pregunta es si sirve de algo para retener la arena y recomponer el tejido vegetal. Según Jiang Gaoming, profesor del Instituto de Botánica de la Academia de Ciencias china, la respuesta es "no".


Las zonas arenosas de China pueden dividirse en dos categorías; "inutilizables" para la agricultura, como las zonas desérticas de Xinjiang, y "utilizables", como ésta zona de Mongolia Interior que abarca unos 150.000 kilómetros cuadrados, equivalente a casi una tercera parte de la superficie de España. La vegetación se compone de hierba, matorral, y, muy por detrás, árboles. Según Jiang, la actual estrategia de plantar árboles en zonas áridas y semiáridas para afrontar problemas causados por la falta de hierba es errónea, y, "está diseñada para ser vista por los funcionarios que aprueban las subvenciones". Lo que hay que hacer es prestar más atención al matorral y a la hierba.




Mejor hierba que árboles
La hierba es mucho más eficaz que los árboles para fijar el suelo y prevenir las tormentas de arena, y no necesita ser plantada, "simplemente basta con protegerla para que crezca sola", afirma. En las zonas húmedas, un bosque equivale a un contenedor de agua, pero en las secas los árboles actúan como bombas succionadoras de agua, dice por su parte Wang Xian, profesor de la universidad forestal de Pekín. En la zona de Yulin donde opera el viejo Zhu, algo de eso está ocurriendo: la capa freática ha descendido tres metros a causa de la masiva plantación de árboles. Casi todos los pequeños charcos y lagos que aparecían entre las dunas y muchas fuentes se han secado.

"Los árboles consumen agua subterránea, mientras que la hierba solo usa agua de lluvia", dice Jiang, según el cual, "nuestras repetidas advertencias han tenido por resultado que ahora se preste más atención al matorral y la hierba".


En China existe la creencia de que las hierbas restan agua y nutrición a los árboles, así que cuando se planta un árbol se despeja toda la zona a su alrededor. En Yulin, la red del viejo Zhu ha logrado, con grandes esfuerzos, introducir una política que respete la hierba lo que sostiene el terreno mucho mejor.



Como resultado de ese giro, desde la terrible sequía de 1999 en Sujigacha se ha establecido la norma de mantener al ganado estabulado entre marzo y junio, y sólo se permite una cabra por mu, la medida tradicional china de superficie agraria equivalente a 0,0667 hectárea (15 mues = 1 hectárea). De esta forma, se intenta evitar la destrucción de la capa vegetal que si se la deja descansar puede recuperarse en tres o cinco años, explica Bao Jinshan, jefe local del departamento forestal. Aunque se han malgastado muchos esfuerzos, la situación no es un fracaso total. China es demasiado grande y sus resultados de forestación tan diversos como sus regiones, pero la estrategia arbórea en zona áridas debe corregirse.


Según Jiang Gaoming, el énfasis de la campaña de forestación debe ponerse en las zonas montañosas y parte de las llanuras del este de China, restableciendo el bosque en las zonas tropicales y templadas, lo que aliviaría la sequía en el oeste de China. Al mismo tiempo, "debe cesar la plantación de árboles en la pradera y en los desiertos, y en su lugar permitirse que la hierba y los arbustos crezcan naturalmente".


En un país que tiene la más crítica relación entre tierra cultivable y gente que depende de ella para subsistir, ceder tierra de cultivo, para que crezca la hierba y el matorral es complicado. Desde hace años, el gobierno chino practica una política de subvenciones pagando a los campesinos por ceder esa tierra y por plantar árboles en ella. El mecanismo funciona, pero las condiciones "de mercado" y las inercias burocrático-administrativas, además de la ignorancia, lo complican todo. Muchas veces para el funcionario es más importante el cumplimiento formal del plan sobre el papel, que la realidad de su verdadero impacto en el terreno. La búsqueda del beneficio determina la elección de especies de crecimiento rápido, que alimentan a la industria papelera, pero que degradan el entorno. El resultado es muy ambiguo.

Otro grave problema se deduce del hecho de que en China el grueso del ganado se concentra en las zonas áridas y semiáridas del oeste ecológicamente muy vulnerables, como Mongolia interior, Xinjiang y Tibet. Lo ideal sería que esos animales consumieran rastrojos, que son subproducto de la acción agrícola, pero esos rastrojos se encuentran en el este del país y no en el oeste, en provincias como Henan, Hebei y Shandong, que tienen una capacidad muy superior para sostener ganado. "Pero en el este los rastrojos se queman, y en el oeste, donde podrían alimentar al ganado, se presiona al límite al medio ambiente para sostenerlo", explica el especialista.
Al final, la clave de la recuperación del tejido vegetal es convertir en yermo terreno cultivado, pero los campesinos necesitan esa zona. Cultivan hasta las pendientes más inverosímiles no por capricho, sino por estrictas razones de subsistencia.


La situación demográfica no mejorará hasta dentro de cincuenta o cien años, así que de lo que se trata es de compensar la cesión de esa zona agrícola, mediante otros recursos, como las subvenciones, poner al campesino a cuidar el entorno, desarrollar cultivos biológicos que dan más ingreso, convertir pueblos degradados y sucios en entornos agradables que atraigan a gente de la ciudad. Y hacer todo eso, desarrollando el verdadero progreso rural: la educación y la sanidad, hoy muy abandonadas. Algo de todo ello se afirma en la nueva política de "construir un agro socialista", iniciada el año pasado. De esta compleja transformación depende el futuro de China, porque está claro que el país no puede meter en ciudades a sus 800 millones de campesinos sin ocasionar un desastre social y ambiental.
La construcción de la "Gran Muralla Verde" de China, el seudónimo de esta reconversión rural, está llamada a ser aun más compleja que la histórica obra en la que su nombre se inspira.

Poblado troglodita en Kandovan (Irán).


Kandovan o la pequeña Capadocia de Irán





Si hay lugares que parecen de ficción, uno de ellos podría ser Kandovan, una ciudad milenaria situada cerca de Osku y Tabriz, en Irán. Su mayor atractivo reside en sus casas talladas en piedras de gran tamaño desde hace más de 3000 años y aún habitadas.

Vivir en cuevas en el siglo XXI










Vivir en cuevas en el siglo XXI










Las lumbreras, como ésta de Ricla, permitían la entrada de aire al interior de las cuevas.
En la actualidad, las viejas cuevas bodega son más utilizadas como lugares de ocio. Bodegas Bordejé en Ainzón.

Las cuevas fueron las primeras y más codiciadas viviendas para el hombre primitivo, especialmente cuando se vio obligado a refugiarse por el cambio de clima y la llegada de las glaciaciones. El mejor refugio que ofrecía la naturaleza eran las oquedades y cuevas; servía de abrigo en invierno y era fresca cuando quemaba el sol.








Además, era una forma de defenderse de animales salvajes como el tigre de sable o el oso y también de los enemigos de otras tribus. Se tiene constancia de que hace más de 300.000 años antes de Cristo, hombres prehistóricos ya habitaban en cuevas del sur de Francia o de China. Así siguió durante miles de años; existen cuevas que han estado habitadas durante tiempos inmemoriales y no fue hasta que la mejora en el nivel de vida fue importante, que los hombres dejaron de habitar en cuevas.




En la actualidad, en el mundo desarrollado, es excepción quien sigue viviendo en ellas, aunque hay localidades que conservan barriadas enteras de este tipo de viviendas. En el pasado más reciente, muchas cuevas fueron habitadas por ermitaños, como en la cueva Gotolas de San Juan de la Peña o por anacoretas en cuevas de Sopeira (Huesca) que fueron el antecedente del Monasterio de Nuestra Señora de Alaón.





En Aragón, numerosos pueblos, especialmente de la provincia de Zaragoza, cuentan con cuevas que fueron o son viviendas. Conocidas son las de Juslibol, barrio cercano a Zaragoza donde las cuevas son muy cotizadas como vivienda; los moradores hablan de que son frescas en verano y templadas en invierno y la mayoría de ellas están realmente bien acondicionadas. Precisamente estos días se está preparando un plan de ordenación de las cuevas de Juslibol. Pero estas no son las únicas; el valle del Ebro es rico en cuevas excavadas como vivienda y se pueden ver abundantes ejemplos en lugares como Bardallur, Salillas de Jalón, Miedes, Épila, Muel e incluso Calatayud.




También las Comarcas del Moncayo y Campo de Belchite cuentan con cuevas que fueron y en algunos casos siguen siendo utilizadas como viviendas. Otro ejemplo diferente de uso de las cuevas son las existentes en localidades como Botorrita, Almonacid de la Sierra o Tabuenca, utilizadas para guardar el vino y como lugar donde acudir a degustar y compartir un trago. Aún cuando la mayoría de las cuevas no están habitadas continuamente, sí que están arregladas para utilizarlas en fin de semana.




Además, en otras zonas españolas, principalmente en Castilla La Mancha y Andalucía, se han convertido en originales establecimientos de turismo rural como una oferta diferente para pasar unos días viviendo en una cueva y en intenso contacto con la naturaleza.

GUADIX.Vivir en una casa-cueva © revistaiberica



GUADIXVivir en una casa-cueva © revistaiberica



El fondo de dos grandes lagos prehistóricos ha ofrecido a los habitantes de Guadix la oportunidad de habitar el interior de la tierra a golpes de pico y pala.


Considerada, hoy, como un lujo, la casa-cueva ha sido, generalmente, la vivienda de las familias más pobres, cuyo esfuerzo ha plantado un paisaje de blancas chimeneas sobre tierras ocres y amarillentas.


Gruesos arañazos de acerada punta de pico adornan las paredes y techos de las viviendas del barrio de casas-cueva de Guadix. La experiencia no es única. Se repite, igualmente, en Purullena, Belerda y Benalúa sin apenas diferencias. Quizás, lo único distinguible sea el oficio de sus habitantes, pues el desarrollo de la primera, extendida a la sombra de catedral y alcazaba, conlleva otras profesiones.


En cualquier caso, en todas ellas se ha producido el mismo fenómeno. El vecino de estas poblaciones ha aprovechado los montes de cartón-piedra para excarvar con cierta facilidad habitación, cocina, recibidor...

La cueva ha crecido en tamaño en la misma relación que aumentaba la familia, aunque en su interior también había sitio para los cerdos y las caballerías.


Tan sólo debían dejarse al exterior los servicios, cuya instalación causaba no pocos problemas, aunque estos inconvenientes no son nada comparados con las ventajas. Vivir bajo tierra, dentro de uno de estos túneles redondeados y encalados, vestidos con el mobiliario de la época y los colores de colchas típicas y aperos de labranza, es fresco en verano y cálido en invierno. Además, la peculiar característica de este terreno arcilloso es que una vez mojado con la lluvia, el agua es incapaz de traspasarlo, por lo cual las cuevas se mantienen calientes y secas.


Curiosamente, lo que hoy es un erosionado y árido altiplano de tierras ocres, amarillentas y blanquecinas, hace millones de años era el fondo de sendos lagos. Su desecación dejó un paisaje de cortantes y quebrados límites, donde surgen paredes, montículos y cerros erosionados. Mas, la aridez es falsa, pues el subsuelo está lleno del agua de las cercanas cumbres de Sierra Nevada y de la escasa lluvia caída en la planicie. Y ahí, entre la aridez exterior y el empapado interior, crecen airosas y blancas chimeneas de múltiples formas y ubicaciones, único sígno de la existencia de vida.


Rojo y blanco

El mayor conjunto de cuevas de España se encuentra en Guadix, abiertas a pico junto a palacios y alcazaba, iglesias y catedral y calles señoriales. La vivienda subterránea es el testimonio histórico de un modo de construcción que aún tiene cábida y que muestra la adaptación del hombre al medio natural. De marcado carácter rural, la cueva ha pasado de ser identificada como casa pobre y no valer nada (hace pocos años se vendían por poco más de trescientas mil pesetas), a ser apreciada como una segunda vivienda donde pasar el fin de semana y alejarse de los calores estivales (ahora se puede llegar a pagar hasta tres millones de pesetas).


El terreno es el elemento determinante que diferencia las clases de núcleos de cuevas. En laderas de gran pendiente, las cuevas se disponen horizontalmente en hileras que se superponen en diferentes niveles. Estrechos caminos serpentean entre unas y otras organizando todos los accesos. La altura permite, además, construir cuevas de dos plantas.


En cambio, si la zona se desarrolla en pequeños montículos o colinas, los senderos se organizan por ramblas y cañadas, alineándose en improvisadas calles o agrupadas en torno a un espacio libre común, una placeta. Este terreno permite, si la superficie del cerro no es muy grande, que la cueva lo atraviese por completo buscando la luz y la ventilación cruzada.


Al exterior, se muestra una fachada con pocos vanos, para mantener las excelentes condiciones térmicas de la cueva, un pequeño jardín y la chimenea, de formas muy variables, pero, siempre, encaladas en blanco en marcado contraste con el rojizo del terreno.


La mayoría de las cuevas constan de una sola planta y son muy sencillas, aunque los tamaños son muy variables y pueden disponer de dos, tres y cuatro dormitorios, cocina, cuarto de baño y salón comedor con chimenea de leña.


En el interior, las paredes y los techos desiguales, hechos a pico, pero profusamente encalado dan una extrema sensación de limpieza y calidez. Los pasillos, estrechos y, generalmente, cortos, llevan hasta las estancias más escondidas en lo profundo de la cueva y no es raro encontrar, bajo tierra, rincones y escalones, miradores, huecos y puertas incorporados, con estilo, a todas las habitaciones.


Acostumbrados a convivir con los animales (se puede distinguir la marranera o los pesebres), el mobiliario se puede excavar en la misma roca, creando pequeños armarios con puertas de celosía y alacenas de cocina hechas en los huecos de las paredes, bonitas camas con doseles de tipo árabe y muebles labrados en el suelo.


Y si el lugar puede parecer rústico, nada mejor que el contraste de la habitación de alguna joven, plagado de grandes peluches, juguetes y coqueterías para desmentir cualquier tópico existente sobre estas viviendas de cal, arcilla, acero, esfuerzo y sudor.


Datos prácticos
Llegar. Desde Granada o Almería, Guadix se encuentra en la A-92, carretera que une ambas capitales andaluzas. Desde Granada se encuentra a 58 km y a 438 km desde Madrid. Desde Murcia por autovía A92 Norte distancia 220 km. Desde Jaén por autovía A92 hasta Granada o por acceso desde el cruce de la Venta de la Nava (Iznalloz) distancia 110km.
Oficina de Turismo. Carretera N- 342, km 225,8. Tel.: (+34) 958 66 26 65
Casa Cueva. Guadix cuenta con una casa-cueva utilizada como museo de este tipo de viviendas. En ella, es posible contemplar el modo de vida de la gente de la ciudad y de su tierra, no sólo a través de una cueva típica, sino también con una buena colección de los objetos y las indumentarias utilizadas en oficios, festejos, industrias agrícolas y ganadería. La Cueva Museo se distribuye en diversas salas: Portal, Audiovisuales, Biblioteca, Artesanía y tradiciones, Dormitorio, Alacena, Cocina, Cuadra, Marranera, Aperos de Labranza y Pozo.

Cuevas-vivienda y “cueveros” en Moral de Calatrava (Ciudad Real), 1957 (Resumen)













REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES (Serie documental de Geo Crítica) Universidad de Barcelona ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 Vol. XIII, nº 771, 5 de enero de 2008




Cuevas-vivienda y “cueveros” en Moral de Calatrava (Ciudad Real), 1957 (Resumen)
En 1957, el mismo año en que se creó en España el Ministerio de la Vivienda, seguía siendo difícil para muchos el acceder a una vivienda digna. En Moral de Calatrava (Ciudad Real), las cuevas-vivienda intentaron ser una pobre alternativa a la falta de casas y a la crisis habitacional a pesar del rechazo a este sistema marginal por parte del Estado y de los demás poderes públicos de la Dictadura.


Luis Arias González (Doctor en Historia, investigador)Juan José Andrés Matías (profesor de Enseñanza Secundaria, investigador)


Actualmente, las cuevas-vivienda constituyen en España un patrimonio arquitectónico muy apreciado por su originalidad y por los beneficios económicos que producen tanto su rehabilitación en sí como su, cada vez mayor, explotación y reconversión en alojamientos turísticos. La mayoría de ellas, restauradas convenientemente, ofrecen ahora en distintos puntos de Canarias, Andalucía, Levante, Aragón, Navarra, Castilla y León, Madrid y Castilla-La Mancha, todo tipo de comodidades que las han transformado en la imagen floreciente –y muy rentable- de un sistema hostelero alternativo que aúna la calidad más moderna con los aspectos ecológicos de moda –“construcción bioclimática”- y la pervivencia, a la vez, de una pintoresca tradición constructiva. Desde hace unas tres décadas, la alta consideración alcanzada por la cueva-vivienda ha puesto en marcha un peculiar proceso de “gentrificación”, es decir, que son ahora las clases sociales más altas quienes han revalorizado y transformado en lugares “chic”, zonas anteriormente sumidas en la depresión y el abandono. Pero, al margen de estos nuevos usos habitacionales privados, constatamos un renovado interés entre los mismos poderes públicos por sumarse a esta recuperación arquitectónica y cultural. Sin embargo, hasta los años 70, las casas troglodíticas eran consideradas en nuestro país un foco de poblamiento marginal y un sinónimo inequívoco de “subvivienda” o de infravivienda de la más baja estofa. Sus mismos ocupantes, las autoridades políticas del momento y el grupo de arquitectos y demás expertos en el tema de la habitación popular, coincidían al verter sobre ellas una inequívoca consideración peyorativa y despreciativa. Debemos señalar que muy pocos veían, por aquel entonces, las indudables ventajas de las cuevas-vivienda que ahora en tanto se estiman; asuntos como el ahorro energético y la isotermia que procuran sus paredes a lo largo del año al mantener temperaturas medias de entre 15º y 19ºC a una profundidad de 1’5 o 2 metros. Otras aportaciones interesantes son la baratura de la edificación y conservación posterior y las facilidades para la autoconstrucción, etc., pero todas ellas apenas provocaban a lo sumo unos muy tímidos y contadísimos elogios por parte de una minoría[1]. Por eso, cuando en 1957, el alcalde de Moral de Calatrava, D. Elías Coll Nieto[2] decidió acabar con el enclave de cuevas-vivienda establecidas en su municipio, no hacía otra cosa que incorporarse a una tendencia generalizada que se estaba aplicando ya en el resto de España[3] y de la cual este enclave sólo constituyó un eslabón más, aunque los avatares de tal iniciativa y sus desiguales resultados pueden considerarse como paradigma y reflejo, a la vez, de todo este complejo proceso histórico que imbrica el estudio de este singular modelo de vivienda con lo que podríamos denominar “la vida cotidiana” o “la mentalidad colectiva” de toda una localidad.
No debería obviarse que una casa es mucho más que un mero amasijo de materiales o de formas constructivas, puesto que la vivienda condiciona nuestra propia vida a la vez que la exterioriza y, por eso, quisiéramos que estas páginas fueran un homenaje a todos los habitantes que pasaron por las cuevas y un recordatorio generalizado para que tal situación de precariedad y marginación no vuelva a repetirse jamás.
A mediados del siglo pasado, Moral de Calatrava, englobada en el partido judicial de Valdepeñas, provincia de Ciudad Real, era una población en pleno crecimiento, con un total de 8.129 habitantes[4]. Había conseguido alcanzar –paralelamente con Valdepeñas-, la categoría de ciudad sesenta años antes en 1895, durante la regencia de Dª María Cristina, madre de Alfonso XIII, usando para ello como argumento justificativo el gran desarrollo económico y poblacional logrado por la localidad. Los pilares de este esplendor eran, en primer lugar, una agricultura floreciente de viñedos, olivos, tierras de pan llevar y huertas abastecidas por pozos que más tarde serían regadas -tras la Guerra Civil- por el canal del río Jabalón con sus dos embalses de Marisánchez-La Cabezuela y el de Vega del Jabalón. Estas obras de ingeniería, englobadas en el ámbito de la confederación hidrográfica del Guadiana proporcionaron agua a más de 1.000 hectáreas y extendieron la electrificación por toda la zona. Pero el cambio de siglo había traído, además, la proliferación de pequeñas y medianas industrias relacionadas con el sector alimenticio y con el agropecuario; destacaban, muy especialmente, las bodegas vitivinícolas y las almazaras de aceite cuyo incremento y mecanización incipiente fueron potenciados por los altos precios que alcanzaron ambos productos durante todos estos años (Sánchez Sánchez, 1986). El tercer hecho decisivo, sin lugar a dudas, fue la construcción del trazado ferroviario de vía estrecha que unía Valdepeñas con Puertollano y que se conoció popularmente como el “trenillo” (figura 1). En 1890 se autorizó a Pedro Ortiz de Zárate la construcción de un ferrocarril entre Valdepeñas y La Calzada de Calatrava, con un ancho de 750 milímetros, en lugar del ancho métrico -1.000 mm.- más habitual de esta modalidad; siendo inaugurado el día 22 de diciembre de 1893 para luego prolongarse hasta Puertollano en 1903, completándose los 76 kilómetros finales utilizados especialmente para transportar la producción de vino, aceite y cereal de la finca de “Montanchuelos” –propiedad personal del mencionado Ortiz de Zárate- y de otras grandes explotaciones similares en las que los raíles entraban hasta las mismas bodegas; por el contrario, el tráfico de viajeros no superó en ningún año los 80.000 efectivos. A partir de 1919, su rentabilidad cayó progresivamente hasta que llegó el cierre definitivo en 1963, coincidiendo de forma harto sintomática con el propio abandono de nuestras cuevas.


para más información, visita: http://www.ub.es/geocrit/b3w-771.htm